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"Si los jóvenes no aman la lectura no hay que acusar a la televisión, ni a la modernidad, ni a la escuela. O a todo eso si se quiere, pero solo después de habernos planteado una pregunta primordial: ¿Qué hemos hecho del lector ideal que era en los tiempos en que nosotros interpretábamos a la vez el papel del narrador y del libro?¡Enorme traición!
Formábamos, él, el relato y nosotros, una Trinidad cada noche reconciliada; ahora él se encuentra solo, delante de un libro hostil.
[...]
Esos padres que jamás, jamás, cuando le leían un libro se preocupaban por saber si había entendido que la Bella dormía en el bosque porque se había pinchado con la rueca, y Blancanieves porque había mordido la manzana.(Las primeras veces, además, no lo había entendido en absoluto. ¡Había tantas maravillas en aquellas historias, tantas palabras bonitas, y tanta emoción! Se aplicaba al máximo en esperar su pasaje preferido, que él mismo recitaba en su interior llegado el momento; después venían los otros, más oscuros, donde se anudaban todos los misterios, pero poco a poco lo entendía todo, absolutamente todo, y sabía perfectamente que si la Bella dormía, era a causa de la rueca, y Blancanieves debido a la manzana...)
- Repito la pregunta: ¿qué le ocurrió al príncipe cuando su padre lo expulsó del castillo?
Intistimos, insistimos. ¡Dios mío, no es concebible que este chiquillo no haya entendido el contenido de estas quince líneas!¡Quince líneas no son la travesía del desierto!
Éramos su cuentista, nos hemos convertido en su contable.
-¡Pues ahora nada de televisión!
¡Vaya, sí...!
Sí... La televisión elevada a la dignidad de recompensa...y, como corolario, la lectura rebajada al papel de tarea...Esa ocurrencia es nuestra..."
Más sobre este tema en La lectura como lastre
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