Wislawa Szimborska. Pincha AQUÍ para leer sus poemas. |
El miércoles murió Wislawa Szimborska. Así es la vida. Tenía tan sólo 88 años. Le gustaba el coñac y fumaba como un carretero. Además de eso, era una mujer extraordinariamente lúcida, muy culta y a la que desde niña le había dado por escribir poesía. Por eso, en 1996, le dieron el Premio Nobel de Literatura. Tuvo que ir a Suecia para recogerlo y eso que no le gustaba nada viajar. De hecho, salió muy poco de Cracovia (Polonia), la ciudad en la que ha vivido casi siempre. Cuando la invitan a ir a otros países responde que irá cuando sea más joven. Pero la verdad es que anda siempre viajando por ahí, sin moverse de casa. En una ocasión dijo "No me gusta viajar, pero me gusta volver". Incluso ha vuelto del Himalaya, ella, tan atrevida, de buscar al Yeti:
Así, pues, esto es el Himalaya.
Montañas corriendo hacia la luna.
El instante del despegue detenido
en un cielo rasgado.
Un desierto de nubes lleno de agujeros.
Un golpe en la nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.
Yeti, abajo es miércoles,
hay abecedario y pan,
dos y dos son cuatro,
y la nieve se funde.
Hay una manzana roja
partida en cuatro.
Yeti, entre nosotros
no sólo existe el crimen.
Yeti, no todas las palabras
condenan a muerte.
Heredamos la esperanza,
regalo del olvido.
Verás cómo entre ruinas
damos a luz niños.
Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, al anochecer
prendemos la luz.
Aquí, ni luna ni tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y vuelve!
Así dije, a gritos, al Yeti
entre las cuatro paredes de avalanchas,
y para entrar en calor pateaba
en la nieve eterna.
Montañas corriendo hacia la luna.
El instante del despegue detenido
en un cielo rasgado.
Un desierto de nubes lleno de agujeros.
Un golpe en la nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.
Yeti, abajo es miércoles,
hay abecedario y pan,
dos y dos son cuatro,
y la nieve se funde.
Hay una manzana roja
partida en cuatro.
Yeti, entre nosotros
no sólo existe el crimen.
Yeti, no todas las palabras
condenan a muerte.
Heredamos la esperanza,
regalo del olvido.
Verás cómo entre ruinas
damos a luz niños.
Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, al anochecer
prendemos la luz.
Aquí, ni luna ni tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y vuelve!
Así dije, a gritos, al Yeti
entre las cuatro paredes de avalanchas,
y para entrar en calor pateaba
en la nieve eterna.
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